México Tenochtitlán, 1512

Tengo un poco de cicuta en el pecho:
sube como una marea
hasta que vomito las palabras de oro
que se lleva el viento.

Quisiera que fuera de noche
que lloviera
25 horas al día
para sentirme segura
por dentro y por fuera
en esta llanura de silencio.

Nadie ha escalado
para nunca caer:
todos
caemos en la muerte,
que, a veces, lenta
muy lentamente
llega.

Caemos del amor
mientras caemos en la muerte.
Nos desplomamos rotos
desde su altura
de cenit acuoso
hacia una luz de
incontables llamas.

Y bebemos el veneno
en la casa de las horas vacías
donde habita
un corazón negro.

Borrachos
aturdidos
inconformes.
Caemos.

Mas aún moribundos,
la vida cuando fulmina
es nuestra guarida
pues todo fin llega
a lo que alguna vez inicia.

El amor es continuo, si verdadero,
es atemporal porque nos sujeta a
quienes somos
y ¿quiénes somos?,
sino el diamante de la vida.