Como todos los jóvenes

Fue entonces que salimos de nuestro reino, siendo todavía niños sobre el lomo de una historia que jamás comprendimos. Fue después que nos convertimos en ebrios de un recuerdo que florece entre los laberintos del discurrir cotidiano. Nos amamos sin saber que estábamos en un escenario con nuestros dobles mirándonos desde la penumbra: ellos, quienes al aplaudirnos en realidad se aplaudían a sí mismos, mientras nosotros nos golpeábamos. Quizá sea cierto, el deseo surge de las necesidades y no las necesidades del deseo. Quizá sea allí que nos transformamos en seres al acecho. El ser al acecho, animal que mueve en torno a sí mismo su territorio, al salir de él y rehacerlo. El ser al acecho, animal que gira en torno a otro animal, sin buscar territorio alguno más que el compartido. En lugar de los salvajes, por lo que ellos no pueden hacer, la escritura vierte la sustancia de sus mundos en moldes que habrán de romperse. Y escribimos todos los días, unos en palabras y otros en silencio. Y aún de ese modo, el límite es compartido, pero cada quien está en una orilla contraria del mismo sentido.