I
Sobre la cabeza un vapor rosa, lila, azul, blanco, empírea visión que refleja un bosque profundo, por donde avanzan nuestros pies. Ráfagas intermitentes, aire puro, migracional. Negro manganeso nuestro camuflaje sobre piel curtida, neandertal. Carne pudriendo nuestros dientes.
Aloque sonríe, sus rayos de luz entibian. Lenguaje menguante, las cavernas nuestras bocas, fuego rufo del espíritu que habita desde el sol. Pasos y pasos sobre la espesura sin igual, palabras y sonidos dulce sentido vespertino, melodía original. Encuentro de pasos. Un sendero nos divide pero nosotros nos reconocemos, somos distintos, pero casi los mismos. Cazadores y soñadores en intercambio. El bosque de sin país se funde con los goces y se disipa al amanecer. Nada de guerra ni lanzas desperdiciadas. La naturaleza es nuestra claridad.
II
Clama el oeste. Crepitan las olas entre riscos ¡Peniche y la noche en su abismo! Brida inextinguible, asimilada en el tejido blando, en órganos y nuevas boyas neuronales. Aquél dientes de leche, en la piel de un venado se calcinó enredado, bajo el polvo ocre y la rama de pino, ofrendas al paraíso. La mano activa combustionó su herencia de símbolos. Nacieron los modernos, ni erectus, georgicus o babuinos...
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III
Frente ancha deambula iluminada por rascacielos, guarecida en la nube, la rama, sombra autoproyectada. Luceros sobre mi nariz. Me concentro en lo amplia que puede ser mi ruta. En el tesoro mitocondrial de cada era.