Un año sin número (2007)


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La Tierra se ha convertido en un abismo polvoroso. Discretos ojos mecánicos vigilan nuestras calles. Las vigas y banderas negras los esconden, camuflando su perversa presencia. Están ahí para mirar lo que nosotros ya no podemos. Operamos como un único pero mutable cerebro con miles de ojos y manos, todos mecánicos.
Lo que alguna vez fue experimentable en la realidad física se desdibujó del espacio cotidiano. Apenas toco lo que me rodea. Tengo mi ración alimenticia, CASA me proporciona lo básico, también está EVA. El último hombre se apoderó de mí, antes de mi padre y antes de mi abuelo. Se apoderó de todos nosotros tan súbitamente como se lo permitieron la biotecnología y los entusiastas del dinero y del progreso. Este nuevo hombre, el último sapiens, nació atrofiado e inválido para andar el mundo. Ultramodernamente cerramos la parábola evolutiva, más impedidos que cualquier chimpancé.
Ahora los límites que nos importan son los inmediatos, en los que la sombra más difusa es una bailarina asesina. Los altavoces chillan los resultados de las zonas intermedias. Es aterrador. Los edificios son devorados por la nada. Móviles de abasto eliminados. El primer movimiento del programa es apagar los generadores de oxígeno en cada sección, así, todos mueren, moriremos, conectados. Los protocolos programáticos impiden que lo hagamos por nosotros mismos. Su lema: Eutanasia=Suicidio, Suicidio=Individuo. Se decidió que todo fuera unánime en esta aldea global.
Algunos tienen la bondad de bloquear su visualización en las pantallas colectivas, para morir en la intimidad del olvido. Otros desean ser patéticamente famosos en el fulgor de sus últimos segundos, entre alaridos y llanto o risas espasmódicas, convidan su muerte y la arrojan a nosotros, condenados, como una flor desvirgada. Nos regalan un ultimátum que, como todas las imágenes, nos impide ignorar lo que es, en la espera de saber cómo es. Estamos informados de cada abominable aspecto de la desaparición masiva en sus detalles más minuciosos.
Los vivos somos los más muertos, no podemos disfrutar lo que queda y no hay hacia donde movernos. Quizá sea mi comida la que no llegue hoy. Nos pasará a todos, en algún punto del tiempo, que ahora no significa nada. Anteriormente la muerte era un asunto personal: la posibilidad de culminar los defectos o virtudes cultivados en el seno de una deliciosa y descalibrada personalidad humana. Ojalá algo quedara de la serendipia. Ahora, todos morimos igual.
Imagino aquel pasado que jamás toqué. Lo siento en mi mente cada que quiero. Las RV son la única realidad que conozco, en ellas gotea mi tiempo y el mundo es casi mundo. La pantalla tintinea, ya no quiero verla, toda la sección norcontinental se fue...
¡NOOO, POR FAVOOOOR, NO MÁS! El móvil de abasto no pasa. Tengo hambre, necesito alimentarme. Libido, sueño... el silencio es un espectro que asecha tras su transparencia ¡paradójicamente en su ejecución, me es inalcanzable! Nadie me dijo que el silencio también se escucha, que es ensordecedor.
En la red avisaron que los lanzamientos de ADN Y EIH[1] cesarán la última hora de esta semana, las neorrepúblicas acordaron la acción como el fin de la comunicación intersatelital desde este planeta. Para nuestra vanidad es un alivio pensar en una posibilidad de humanidad más allá del planeta Tierra, aunque sea a años luz de distancia, aunque se limite a una lectura informática que sirva de referente al vacío, donde por ahora nadie leerá. Hacemos nuestro brindis final por quienes ya no somos, por aquellos a quienes abandonamos en el camino de la individualidad y el desarrollo infinito.
¡Ja! Lo único infinito aquí es nuestra miseria y el estómago del universo, de la vida y la muerte, que nos devora. Nuestra extinción es ineludible pero seguramente alimenta a miles de bacterias cósmicas que algún día evolucionarán y probablemente se parezcan a algo que yo quise ser ¿Por qué insistir en nosotros? ¿Es lo único que somos? ¿Humanos es lo único que podemos ser? Uno nunca sabe lo que viene. Tal vez, después de todo este trámite, el tiempo se ponga mejor, e incluso, me vuelva parte del sueño de otro, quien ya empieza a cerrar sus ojos para mirarme en el horizonte de su parpadeo.



[1] Estaciones de Información Humana que contienen nanobites repletos de información con cultura humana.