Misantla un día antes del día de muertos

Llegar de día no es como llegar de noche.
Sentir el aroma del verdor tibio
y pertenecer a los caminos sinuosos que desembocan en todos los ríos,
observar las casas con techos de palma o teja de barro rojo
rodeadas por círculos de piedras pintadas de blanco,
exhalar vaho de madera con un aliento calmo
y encontrar esta pequeña ciudad
escondida en la sierra.
Llegar a casa de mis abuelos,
reverenciar la ofrenda inmensa a nuestros muertos,
hojas de banano, mandarinas, cachichines,
las velas ondeando y un anafre con copal,
que es la sangre de mis ancestros.
Sentarme a la mesa, comer un tamal de queso,
pensar que los hombres fuimos hechos de maíz,
tomar un atole de capulín,
pensar que las mujeres fuimos hechas de maíz,
ser acariciada por la brisa de los viajeros invisibles.
Ser bandera del tiempo. Sólo eso, pero saberlo.
Dormir con la puerta abierta,
escuchar al gallo en su canto de madrugada;
ver tantas estrellas, todas juntas para mí.
Despertar sin miedo, por primera vez en días;
ir al cementerio
lavar la tumba de mi bisabuela
saber que está allí, que me mira desde mí,
quererla sin saber cómo era.
Llegar de día no es como llegar de noche:
Volver a mi cuerpo tras recordar que he de morir.