Júpiter IV





¿Sabes lo que se aprietan las víceras cuando escondida tras la ventana el miedo al día te arrellana? El día, el día se asoma en la negrura, desfila en la línea de llantas a toda velocidad tratando de cachar la autopista. Sabes que va a amanecer, sabes que ya ocurre, que son las 6:40. Escuchas Piano Bar, como si pensar en el pasado  -ese pasado de cuando eras niña y no sabías de rock- ayudara a saltar la luz del día como si fuera una cuerda, tensa o floja, pero una cuerda. Como si saltar la luz del día fuera posible y con sólo intentarlo, la noche se desplegara en otra noche, así como cuando cambias las hojas de un libro o de un cuaderno.

Quiero algo de razón, pero no puedo dejar de pensar en Berlín y lo que hace un año hacía en mí esa ciudad de piedra y trenes. La ciudad que tiene un aire frío y limpio, con olor a pan, con la boncha de mujeres turcas, tan lindas en su indescifrable cuerpo que avanza vestido de negro.

Es que, parece que el pasado es nada más una silueta; que los cuerpos están flotando en la inextinguible flama de fasos y humos, que se tocan, se alargan, se extrañan. Peter el del saco antiguo me ha metido en las telas de su boca. Es un gigante, llamado pasado, llamado Júpiter, llamado nostalgia, es un tipo hecho de selva negra, de lago Constanza, de arroz de la posguerra. Peter, cuyo nombre es Julius, cuya sombra es Lèon, cuya boca es silencio, él, eso, está aquí cada noche, cada noche hasta antes de que aparezca la hermosa luz de azul cobalto.

Éste no es mi acento, ni mi boca, tampoco mi voz, las palabras son otras, el sentimiento es austral. Antes de partir, tuve su amor. Después volé, mientras él se arrodillaba en un techo al ver el avión desaparecer. Ambos llorábamos, pero sólo yo volví.Escribir es mejor que esperar una llamada, mejor que el arribo de la siesta temprana. Tuve su amor pero me vestí de hojas. Tuve mis hojas pero las llené de agua. El agua que fui se me escurrió por los ojos. Aunque mis ojos ya no ven, saben tocar, su tacto de besos se estremece con el canto de las magnolias.

La bella luz azul  ha llegado y es tan breve que he ido a verle crecer. Volví al escrito, intermitentemente, deslicé una coma o una letra. La cobalta bella luz se torna celeste, diurna hace imposible vestir la casa con noche sin dejarla bajo encierro. Las puertas abiertas se alían. Estallan el cobalto y el celeste. Ahora mis ojos ven, esta oscuridad brilla. El brillo le da forma al mundo, el ojo le da ritmo. Innesario paliar, este es un texto decorativo, un acorde de Tristán, camino a mi vestido de ramas.


 Fiction Non Fiction, Ron Isaacs, 1998  @Jeannette Scutt Johnson

Fiction Non Fiction, Ron Isaacs, 1998